El Perseguidor, Julio Cortázar (1959)


Las Armas Secretas se publicó en el año 1959 y es considerada la obra que lanzó a Cortazar al reconocimiento literario. El libro se compone de cinco relatos, dos de los cuales son de los más conocidos: Las babas del diablo y El Perseguidor. Los otros tres cuentos son Cartas de mamá, Los buenos servicios y Las armas secretas. A continuación comentamos El Perseguidor.

Como el propio Cortázar reconoce, este cuento es un homenaje a Charlie Parker, apodado «Bird», saxofonista y compositor de jazz, el cual ha sido una de las figuras más representativas de este género e importantes en su evolución. Los últimos años de su vida se vieron arrastrados por graves problemas de drogas, en especial por la heroína y el alcohol. Es durante los años 1949-1950 en donde Parker viaja a Europa para realizar algunas grabaciones y es ahí donde toma forma la narración de Cortázar.

Ahora en el mundo de la ficción su nombre será Johnny Parker, y el narrador de la historia es Bruno quien es su amigo y biógrafo. Siendo este último narrador, cuenta desde su perspectiva la vida y genialidad de Johnny. Bruno es un crítico de arte quien establece desde el principio una relación de admiración-desprecio por Johnny. A mi modo de ver, creo que Cotázar nos presenta el divorcio entre sentimiento y razón, entre creación e interpretación de lo creado.

Johnny es un ser genial pero a la vez bastante mediocre intelectualmente. Como él mismo se retrata: «Nunca he pensado en nada, solamente de golpe me doy cuenta de lo que he pensado, pero eso no tiene gracia, ¿verdad? ¿Qué gracia va a tener darse cuenta de que uno ha pensado algo? Para el caso es lo mismo que si pensaras tú o cualquier otro». Johnny vive en un mundo apartado del mundo que no logra entender y del cual tal vez quiera no entender demasiado. En contraposición está Bruno quien cree entender e interpretar correctamente el arte de Johnny; no obstante, reconoce que «él está al principio de su saxo mientras yo vivo obligado a conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja, por no decir que él es la boca y yo…» La boca es quien crea, la protagonista, mientras que la oreja es pasiva: escucha y apenas puede conformarse con admirar lo que escucha, siempre estará al final del saxo.

Los sentimientos de Bruno oscilan continuamente entre la admiración y la envidia. Es por estos sentimientos que le ayuda a conseguir un saxo, recuperarse de la droga y darle algún dinero… finalmente resuelve manipular al genio como manera de conciliar la dualidad que experimenta su alma: por un lado le ayuda y por el otro se lucra.

Un tema recurrente en la primera parte de la narración es el tiempo. Y este tema es el que se sirve Cortázar para presentarnos la relación entre estos dos hombres, relación que en el fondo es el divorcio entre creación e interpretación de lo creado. Al inicio del cuento Bruno saludo a Johnny: «Hace un rato que no nos vemos (…). Un mes por lo menos», a lo cual Johnny le increpa: «Tú no haces más que contar el tiempo (…). El primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú». Durante varios pasajes Johnny insistirá en el sin sentido del tiempo y la dictadura de su medición, tal como en el relato que hace del métro. Johnny le cuenta a Bruno que cada vez que sube al métro siente que el tiempo se hace más lento, un minuto y medio en éste se hace en realidad un cuarto de hora en el tiempo de afuera. Johnny siente que aquello no sólo le sucede en el métro, sólo ha sido el lugar en que se ha percatado por ser en sí mismo una especie de reloj donde los minutos son las estaciones. Con esta idea Johnny le explica a Bruno su experiencia con la música: «Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en estos momentos, o como cuando estoy tocando y el tiempo también cambia… Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio… Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana…». A esto nos confiesa Bruno: «Sonrío lo mejor que puedo, comprendiendo vagamente que tiene razón, pero que lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta en mi vida de todos lo días». (Interesante observar que Johnny «tiene razón», mientras que Bruno «yo sospecho»… vagamente estos dos mundos se encuentran, pero aquello «se va a borrar como siempre apenas esté en la calle»).

El sentimiento de Johnny logra permear a Bruno, sin embargo, Bruno nos relata luego de su encuentro con Johnny: «He entrado en un café para beber un coñac y lavarme la boca, quizá también la memoria que insiste e insiste en las palabras de Johnny, sus cuentos, su manera de ver lo que yo no veo y en el fondo no quiero ver. Me he puesto a pensar en pasado mañana y era como una tranquilidad, como un puente bien tendido del mostrador hacia adelante»… Bruno rompe el hechizo con algo de ingenua seguridad y reafirmando aquella dualidad entre crear e interpretar lo creado; Bruno teme y se niega entrar al mundo de Johnny, de la creación; prefiere el mundo tranquilo y seguro del concepto y la medición.

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